sábado, 26 de junio de 2010

memorias del aeropuerto... 1/10


De a poco caía la noche sobre aquel lugar en el que ni ella ni yo habíamos imaginado jamás compartir el verano. La extensa playa que abrazaba al pueblo de punta a punta como cortejando celosamente los inicios de un amor en potencia, ya había perdido casi toda la luminosidad de aquel día tan soleado, en el que tanto mi espalda como las espaldas de María, Belén y Mintaka habían padecido las consecuencias de ello. Ahora una tenue penumbra cubría a la costa entera y mientras el reflejo de la luna sobre el mar simulaba un desfile de olas de plata, la brisa del viento que arrastraba partículas de sal hasta la puerta de nuestro departamento me hacía sentir la leve impresión de que esta noche no sería igual a las noches anteriores.

Como era costumbre, había aguardado a que las chicas terminen de utilizar el baño para poder darme una ducha y sacarme los restos de arena y sal que me traía encima. Luego de una prolongada pero prudente espera, finalmente pude hacer uso del único baño que teníamos a disposición. Mientras me bañaba, María dedicaba su tiempo a cocinar la cena y Belén, que se había cansado de permanecer sentada en su cama pensando en las soluciones para los problemas del mundo, salió a dar una solitaria caminata por los alrededores seguramente analizando el motivo por el cual, según ella, Dios la había creado tan diferente a los demás seres humanos de la esfera terrestre. Mintaka, fiel a su estilo, se limitaba a poner en orden sus efectos personales que dispersos se acumulaban en algún lugar de su dormitorio. Cuando finalmente salí del baño, ya vestido y con un hambre voraz, note que de repente un llamativo silencio se había adueñado del lugar. Me asome a la cocina y note que María no estaba. De Belén tampoco había rastros. Entonces camine unos seis pasos hasta el dormitorio y mezcla de dulzura y miedo fue lo que sentí al ver la imagen de Mintaka sentada en la cama y jugueteando con mi encendedor que alumbraba solo el lado derecho de su rostro mientras sus dedos impacientes, prendían una y otra vez la sólida llama que de él se desprendía. Al notar mi presencia alzo la mirada y con una media sonrisa rompió el silencio.
- Ven, acércate, siéntate conmigo, hay algo que quiero decirte - me dijo
- ¿Donde están las demás? – pregunte
- Han salido, fueron a caminar. Se ve que no pueden estar mucho tiempo encerradas, ya conoces a María, tan inquieta…
- Bien, entonces aprovechemos, no necesitamos escondernos, podemos hablar sin miedos y abrazarnos y besarnos y…
- Te dije que hay algo que quiero decirte, es importante y necesito que me escuches con mucha atención
- Está bien, cuéntame lo que quieras, te escucho – la mire con intriga y por un momento me detuve a contemplar el brillo de sus ojos y de no haber sido por su rápida respuesta juraría que había visto el reflejo de mis pupilas dilatadas en las suyas.
- ¿Puedes observar esta llama? – hizo luz con el encendedor que tenía en la mano.
- Sí, claro. ¿Qué hay con ella?
- No la estás observando, solo la miras. Existe una diferencia muy grande entre mirar y observar, necesito que la observes. ¿Puedes observarla?
- Porque mejor no me dices lo que te traes entre manos y ya. – respondí impaciente.
- Quiero que observes la solidez con la que se forma esta llama, desde el momento en que se inicia en la boca del encendedor, hasta la punta curva en la que finaliza. Fíjate la perfección con la que se forma. No presenta puntos de fuga. Es entera y segura. ¿lo ves?
- Si claro, me doy cuenta, pero ¿qué hay con todo esto?
- Así también soy yo Gabriel. Siempre me considere una mujer entera, cabal, segura de sí misma y de decisiones firmes y sentimientos equilibrados. Nunca nadie doblo mis pensamientos y tampoco nadie nunca ha podido atentar contra mis principios, mi integridad moral y mis convicciones. Me han educado de esta manera, y es la forma en la que he crecido. Pero al observar esta llama y sentirme tan identificada con ella, me di cuenta de que en la punta en la que termina el fuego de ella, hay una pequeña fuga de gas, un reducido espacio por el que puede entrar o salir cualquier partícula de aire.
- Estás un poco metafórica, y si bien podría ser culpa mía debido a que mi espíritu artístico te rodea a cada segundo, me gustaría que vayas al punto – dije.
- Lo que quiero decirte es que ese reducido espacio de mi estructura es el lugar por donde has entrado tú. Y al igual que la llama de este encendedor, me has encontrado vulnerable en un aspecto, y gracias a eso he descubierto un gran vacío emocional dentro de mi persona. Hasta que te conocí a ti, y ahora siento que ese vacío está tan lleno, porque a cada segundo que pasa me haces sentir especial, me haces sentir querida y amada, mas allá de que en este momento mi amor no pueda corresponderte de la manera en la que tú te mereces. Y en verdad siento que pase lo que pase, mi corazón nunca más se volverá a vaciar. – sus ojos se llenaron de lágrimas y sin darnos cuenta nuestras manos estaban agarradas entre sí.
- Lo que me dices es hermoso, me llena de alegría saber que todo lo que hago y siento por ti te llena el corazón y el alma de emociones. ¿Pero cómo puedes está tan segura de que esto no terminará y de que tu corazón no volverá a vaciarse? Podrías olvidarte de mí alguna vez, ¿o no? – los labios me temblaban.
- Gabriel – me miro fijo
- Mintaka – le devolví los ojos
- El corazón de una mujer es el mar más profundo que existe…

1 comentario:

MaykolDS dijo...
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