lunes, 9 de noviembre de 2009

Domingo, domingo...

En la vertiginosa eternidad del tiempo y el calendario, se instala con majestuosidad y arrogancia un domingo porteño como cualquier otro. Me despierto en mi departamento cuando el sol se encuentra en el centro mismo del cielo, gracias al estridente sonido que produce mi teléfono móvil en el momento en que mi novia decide ponerme un mensaje de texto con dulces palabras de añoranza. El manual de la inercia continúa: primero desbloqueo el teclado, luego "leer mensaje", luego una sonrisa, no tengo crédito, motivo por el cual finalmente, y luego de que un sentimiento de culpa se apodere de mi persona a causa de mi tardía amanecida, me levanto de la cama, y sin acudir al baño antes de cualquier otra actividad como es de costumbre, me abro camino unos cinco pasos aproximadamente hacia mi computador portátil, el cual permaneció encendido durante toda la madrugada emitiendo un zumbido insoportable que, durante toda la noche, me ha hecho soñar con el motor de un avión estacionado sobre la boca de entrada de algún aeropuerto cualquiera.

Yo soy de esos estudiantes que viven en un mono ambiente, sin muchos lujos y sin mayor exigencia que la de ponerse al día con las surtidas lecciones de la universidad, y es tal vez por este motivo y por mi condición, que el computador se encuentra a tan solo cinco pasos de mi cama. Es como si la habitación y el escritorio estuviesen contenidos en un solo lugar, al igual que la cocina y el comedor, que se le unen de manera celosa, como queriendo abarcar todo de mi, dentro de una singularidad espacial que por momentos me deprime.

Tengo un divertido software de mensajes de texto en el escritorio del ordenador. Mediante él puedo comunicarme de manera directa y personal con toda la gente de mi país que posea teléfonos móviles de la compañía "tigo", y lo mejor de todo es que ellos pueden responder en cuestión de segundos cada una de mis inquietudes, con un solo mensaje. Creo que este avance tecnológico puede ejemplificar de manera moderna a la revolución de Martín Lutero en la búsqueda del individualismo divino entre una persona cualquiera y Dios. Pero lo cierto y concreto es que ni yo soy Lutero, ni mi novia es Dios. Asi que sin más ánimos de filosofía dominical, me dispongo a hacer doble click sobre su nombre, que se adhiere a lo largo de una extensa lista de contactos que parecieran pelearse unos con otros por el derecho de ser seleccionados en este preciso momento.

Se extiende una vulnerable penumbra a lo largo de este multiespacio de cuatro paredes. Es que las cortinas permanecen cerradas y los potentes rayos del sol la golpean como queriendo evidenciar aquí adentro la alegría que este domingo se trae entre manos. Pero las cortinas permanecen cerradas, y esto es porque no puedo tolerar la capa de polvo que cubre a mi costoso piano que se evidencia cuando la luz del día lo toca. Entonces, así en penumbras, comienzo a teclear un romántico mensaje, en respuesta a aquellas dulces palabras de añoranza. Todo permanece quieto.

En la espera de una nueva respuesta, se me da por husmear la lista de personas que se encuentran conectadas en mi cuenta de Windows Live Messenger. Hay varias: está Mel, está Ali, están Gabu y Larissa. Están Giselle, Celi y Cecile. Están Chechu, Dapo y mi tía. Mis ojos siguen bajando y se detienen cuando diviso a un amigo de la infancia. Él es uno de esos hombres que madruga y desde las seis de la mañana no hace otra cosa que pensar cuál es la mejor manera de ganar dinero en ese día. Tal vez en lugar de ser un artista, en algún momento de mi vida me hubiese gustado ser como Jorge.

Sin más preámbulos, me dispongo a entablar una rápida conversación con él en la cual, luego de recordarme que la cantidad de trabajo que tiene encima se asemeja a la cantidad de trabajo de una prostituta rubia y de ojos verdes, remata la charla con la siguiente frase: “los que no trabajan, es porque no buscan trabajo, porque son débiles de mente, cuerpo y espíritu”. En un momento todo mi cuerpo se detiene y mi mente solitaria y ávida comienza a trabajar en silencio. Yo vengo de un país en el que la dignidad se mide con la avasallante vara del trabajo, pero en este instante de quietud, toda mi humanidad llora la corrupción de una sociedad joven y virgen, que al igual que una garrapata dentro del pelaje de un animal peligroso, lo absorbe todo, hasta el punto de condenar a la diferenciación vocacional de otros bajo el rótulo de “débiles de mente, cuerpo y espíritu”. Por unos segundos, recuerdo el holocausto, y siento nauseas.

La gente pierde el tiempo tratando de encontrar la manera en que vida funciona, la lógica de ella. En lo personal, considero que ni mi abuelo, con sus ochenta y cinco años de edad, ha conseguido encontrar la respuesta de esta intrínseca pregunta. Creo que en el fondo, todos sabemos que la vida funciona como se le antoja y en el momento que se le antoja. El resto es pura mierda.

Durante la época en la que trabajaba en el estudio de grabación de mi tío, solía dedicarme a grabar pistas y a su posterior edición. Cada vez que algún error informático se presentaba, el software de producción de audio que utilizaba, emitía un sonido que me producía una mezcla de intriga y ansiedad. Similar a este, es el sonido que emite mi ordenador portátil cuando mi novia me responde el mensaje que le había escrito minutos atrás. Ella es tan encantadora, que con unas pocas palabras consiguió que dejara de lado por completo las nefastas declaraciones de Jorge, y no pudiera pensar en otra cosa que no sea la curva de su amplia sonrisa haciendo perfecta armonía con la leve desviación de su ceja derecha. Esta imagen es capaz de dividir cada uno de los espacios de este departamento, convertirlos en habitaciones independientes y ubicarme en cada una de ellas de manera simultánea. Si hay algo incontrolable en mi vida, es el amor que siento hacia ella.

¿Qué sería de este domingo sin tu mirada de amor, princesa? ¿Qué sería de mi en medio de esta soledad, en medio de este dilema en el que por momentos juego a saberlo todo y por momento me siento más ignorante que tu sobrino Juan Pablo? ¿Qué sería de mi amistad con Jorge luego de sus palabras que me producen una cólera insostenible, si no tuviera tu histérica voz, amor de mis eternidades? He decidido compartir con este domingo su alegría, porque sé que del otro lado de mi ordenador portátil, tu respiras por nuestro amor. Gracias, por siempre.